YEMEN: un escenario más en de la Guerra Fría en el Medio Oriente
- saramolinadelgado
- 26 ene 2017
- 8 Min. de lectura

En la ciudad de Saná. algunos civiles entierran a sus familiares muertos en el conflicto (Fuente: ACNUR)
La política exterior de la administración Obama y su tendencia menos intervencionista, sumada a la falta de una estrategia eficiente y capaz de defender sus intereses por parte de la Unión Europea, ha producido que otros actores geopolíticos busquen alcanzar una mayor importancia en el panorama internacional. Es el caso de Arabia Saudí e Irán, que ante la casi total indiferencia de occidente están llevando a cabo una especie de Guerra Fría en la que defienden sus intereses a través de la participación en conflictos de terceros países. En este nuevo contexto, Yemen se convierte en un punto caliente en el que la monarquía Saud puede perder mucho, mientas que el régimen iraní tiene mucho que ganar.
Una cuestión más geopolítica que religiosa
Si bien es cierto que ambos países buscan erguirse como el gran referente del mundo islámico, la guerra de Yemen atiende a motivos que van más allá de sus creencias. En un territorio que aparentemente carece de importancia por su pobreza, la corona saudí se juega mucho en esta guerra: el control de una zona estratégica para el comercio del crudo, el dominio sobre sus fronteras, la contención del terrorismo de Al Qaeda en la Península Arábiga y DAESH y, puede que incluso, su papel en el mundo árabe.
Mientras Arabia Saudí se desgasta en esta guerra, que le está costando entre 200 y 300 millones de dólares diariamente tras la depreciación del petróleo que sustenta su economía; el régimen iraní apenas está gastando dinero en el conflicto. Esto no quiere decir que sus intereses en la zona sean baladís, puesto que la ubicación de Yemen, convierte el país en un enclave decisivo para el tráfico del petróleo iraní.
Yemen se convierte en un punto caliente en el que la monarquía Saud puede perder mucho, mientras que el régimen iraní tiene mucho que ganar
Pero más allá de sus intereses, el conflicto yemení se está convirtiendo en una oportunidad para que ambos países midan sus fuerzas. En contra de lo que se podía pensar tras la llegada de Hassan Rouhani al poder, la oportunidad de incrementar la legitimidad islámica propia y a menoscabar la del otro pudo con las expectativas de que se produjese un acercamiento entre ambas potencias. Arabia Saudí quiere dar un mensaje claro e inequívoco en el contexto de crisis para la monarquía Saud, cuya permanencia en el poder se está cuestionando. Por su parte, Irán busca su reafirmación dentro de la Comunidad Internacional y convertirse en una potencia hegemónica regional.
Más allá de la cuestión religiosa, que durante los años de la administración Nixon no impidió que hubiera buenas relaciones entre ambos países por los intereses comunes, el nuevo orden geopolítico y los nuevos objetivos totalmente incompatibles de ambos, hacen que se hayan producido enfrentamientos en países como Irak, Siria o Yemen de forma indirecta.
El papel del crudo en una región sin yacimientos
La ausencia del petróleo en Yemen explica que el país sea el más pobre de la península arábiga, y uno de los más pobres del mundo. Considerado como una “zona de camelleros”, no cobró un gran protagonismo a nivel internacional hasta principios del siglo XX por la ruta del petróleo. La importancia de Yemen reside en su posición a uno de los lados del estrecho de Bab en Mandeb.
El control de este estrecho, el cuarto mayor de envío petrolífero por mar en el mundo, es clave en la política exterior iraní ya que es un punto estratégico en la ruta que permite a Irán abrirse camino hacia occidente. Según sus oponentes, desde Teherán se busca con las maniobras en Yemen, Libia (apoyo a Hezbolá) y Palestina (suministro de armas a Hamás) liberar la ruta que pasa por el estrecho, y tener el control del mismo para poder abrirlo y cerrarlo presionando a occidente en general, y a Estados Unidos en particular.
Por otra parte, Arabia Saudita, ha comenzado una guerra del petróleo que le está siendo difícil de controlar. A Arabia le cuesta mucho menos extraer el petróleo que a otros países; y gracias a sus enormes reservas, propició la bajada de los precios para que los demás quedaran fuera del mercado al no tener la posibilidad de obtener una rentabilidad a precios tan bajos, como es el caso de Irán. Esta estrategia de competencia ya se había llevado a cabo con anterioridad en la guerra entre Irán e Irak para desgastar al Gobierno de Teherán, pero en esta ocasión las consecuencias parece que no están siendo las esperadas.
Desde Riad se buscaba darles la puntilla a los iranís, pero no lo han conseguido puesto que, tras un gran aguante por parte del país, desde occidente se han levantado recientemente las sanciones que les permiten comerciar con algunos de los países que eran clientes del gobierno saudí. Además, se buscaba terminar con el fraking estadounidense, que prometía reducir su independencia frente de los países del golfo pérsico, pero tampoco se ha conseguido.
Por el contrario, aparentemente solo han logrado perjudicarse a sí mismos y sus últimas maniobras como la guerra en Yemen o el plan 2030 muestran la preocupación de una potencia petrolera que ha perdido un gran control de un mercado del que depende alrededor de un 50% de su PIB.
El tercer actor de la guerra: el terrorismo islámico
Una de las características más representativas de los conflictos actuales es la multiplicidad de actores en lo que podríamos denominar como guerras asimétricas, similares a lo que ocurre en Yemen. Los bandos están muy lejos de quedar definidos: por un lado, se encuentra el secesionismo del Sur (provocado por Saleh al centralizar el poder en el norte); en la zona norte, se encuentra el levantamiento de los hutíes con los que está compitiendo actualmente una coalición de países del golfo liderada por Arabia Saudí; y por otra parte, la zona controlada por AQPA principalmente, pero que también cuenta con la presencia de sus disidentes, Estado Islámico.
Los más beneficiados de esta guerra son los terroristas, sus enemigos se debilitan y nadie tiene los recursos ni el interés para evitar su expansión
Un antiguo hadiz, dicho del profeta, afirmaba que “la fe es yemení y yemení es la sabiduría”. Desde entonces ya se apuntaba a que la religión en Yemen siempre ha sido un tema determinante, con un 95-99% de habitantes que profesan la fe musulmana pero que, a diferencia de la mayoría de los países islámicos, no cuentan con una mayoría de una de las dos corrientes del islam, sino que se estima que hay un 46% de chiíes y un 52% de sunníes que conviven entre su población. Es debido a este sectarismo que se producen conflictos que otras potencias, como es el caso de Irán y Arabia Saudí aprovechan para conseguir cumplir sus objetivos geoestratégicos.
A estos enfrentamientos, se unen los terroristas y con más motivo en el caso de Yemen. Por un lado, desde finales del siglo IX el chiismo cobra importancia, consiguiendo la independencia frente el poder político de las potencias suníes; que también es de gran importancia en la región desde que conquistaron en el 628 el territorio durante la época de los imperios. Se puede apreciar ya desde los inicios de la historia yemení una gran polarización religiosa, con ambas ramas del islam muy presentes en su desarrollo como país.
Los conflictos derivados del sectarismo han hecho que el yihadismo esté muy presente en su cotidianidad, de hecho, Yemen es la cuna de la familia Ben Laden. Por otra parte, la debilidad de Al Qaeda en Arabia Saudí ha provocado que tengan que buscar nuevos enclaves para establecerse.
Además de la división religiosa; el gran nivel de pobreza del país, una gran cantidad de jóvenes desencantados por el desempleo, un Gobierno incapaz de controlar una gran parte del territorio, la continua inestabilidad política, la falta de material militar y la indiferencia de las potencias occidentales (más ocupadas en otras zonas de conflicto), hacen de Yemen el lugar perfecto para que este grupo terrorista se establezca.
Pero lo que más preocupa, tanto en el interior como fuera de las fronteras es que han llegado a controlar alrededor de un cuarto del territorio del país. Algo que ha molestado especialmente a los hutíes, que acusaban a Saleh de no haber hecho nada para evitarlo, y además, de utilizar el fantasma del terrorismo para justificar su continuación en el poder.
Ante la escasa actuación de los gobiernos, el grupo terrorista Al Qaeda se hace fuerte en la región. Ejemplo de ello es la reivindicación de los atentados a Charlie Hebdo desde la facción yemení del grupo terrorista, y en el interior, también se producen numerosos ataques como los perpetrados en mayo de 2016 con decenas de heridos.
También Estado Islámico tiene presencia en la región, y ha participado en varios atentados en centros de oración de los hutíes, como los producidos en marzo de 2016 en la mezquita de Badr y Al Hashush. En la reivindicación de este doble ataque, los responsables de ISIS en Yemen declaraban en las redes sociales que “esto es sólo la punta del iceberg de lo que viene” y, de hecho, han seguido atentando contra estos centros. La conclusión que se puede extraer es que son los más beneficiados de esta guerra, por la que sus enemigos se debilitan y nadie tiene los recursos ni el interés de evitar su expansión.

Los tres bandos de la Guerra en Yemen (Fuente: American Enterprise Institute)
Una doble crisis de refugiados
Y si se busca a los más perjudicados, claramente es la población yemení. Desde julio de 2015 el país se encuentra en un nivel 3 de emergencia humanitaria, el más alto, según la ONU. Aunque los datos varían continuamente, desde Naciones Unidas se habla de alrededor de 10.000 muertos desde que empezaron los ataques (varios centenares de ellos eran niños) y un 83% de la población que necesita ayuda humanitaria (comida, agua, refugio, combustible y saneamiento).
Menos de 1 de cada 10 niños viven hasta los 5 años de edad
“La mitad de los niños y niñas de Yemen padecen una malnutrición crónica y menos de 1 de cada 10 niños viven hasta los 5 años de edad” declara Carlos Escaño, responsable de la cuestión yemení en España de la organización Amnistía Internacional, que alerta además de los ataques a infraestructuras claves como colegios u hospitales por parte de la coalición liderada por Arabia Saudí.
Se habla además de una importante crisis de refugiados con más de 2,4 millones de desplazamientos. Un problema actualmente de doble dimensión, puesto que Yemen albergaba a finales de 2015 a unos 264.000 refugiados según los datos aportados por ACNUR, de los cuales más de 250.000 huyen de la guerra civil en Somalia. Una situación que ni la guerra del territorio ha sido capaz de controlar: más de un cuarto de los mismos han llegado tras estallar el conflicto.
Y esto se está dando ante la indiferencia de la Comunidad Internacional. Reino Unido y Estados Unidos apoyan a Arabia Saudí en la guerra. Desde el Consejo de Seguridad se ha emitido una resolución que pedía a las partes en conflicto que entregaran las armas y solicitaban a los estados que impidieran la transferencia de armas a ambos bandos, algo que claramente no se ha respetado. España es uno de los países a los que se acusa de una violación grave del derecho internacional por la venta de armas durante esta guerra, siendo Arabia Saudí el mayor cliente de su industria militar. En enero de 2016 el diario El País afirmaba que el Gobierno español autorizó la venta suministros de proyectiles de artillería, bombas o granadas por valor de 24,2 millones en 2015 a los saudís en plenos desarrollo de la guerra, desoyendo las recomendaciones de la ONU.
El gobierno español autorizó la venta de suministros de proyectiles de artillería, bombas o granadas por valor de 24,5 millones en 2015 desoyendo las recomendaciones de la ONU
Para concluir se puede decir que, las aspiraciones hegemónicas de los Saud y de Irán, su proximidad con el Cuerno de África, el terrorismo y la situación geoestratégica hacen de la guerra en Yemen un conflicto de difícil solución. Esto sumado a la indiferencia de la comunidad internacional, provoca una situación extrema de emergencia humanitaria. A pesar de esta difícil situación, apenas se informa en los medios del conflicto yemení, que se ha llegado a llamar “la guerra olvidada”.
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